martes, 30 de octubre de 2007

El auto y el caballo


En la edad media, un caballero se podía decir afortunado si tomaba una doncella virgen como esposa, era portador de una poderosa espada y dueño de un buen caballo, no necesitaba más para sentir que tenía todas las herramientas necesarias para triunfar en la vida o para iniciar alguna hazaña heroica, o para emprender viajes que duraban meses exponiendo la vida a cada momento, ya sea para defender el reino de algún enemigo invasor o para conquistar alguna tierra; mientras la mujer esperaba de pie, mirando al horizonte con una tristeza infinita en sus ojos, anhelando el momento en que su amado regresara, no me la imagino poniendo una demanda de pensión alimenticia o reclamando el divorcio por las prolongadas ausencias de su esposo, mucho menos el reclamo de sus hijos pidiendo ir al parque.


En esa época el hombre era realmente libre, la mujer se contentaba con escuchar las historias de lugares lejanos y exóticos, no decía que no tenia nada que ponerse ni se quejaba de que nunca salía a pasear.


Si el caballo se rompía una pata, nadie llamaba a la aseguradora, simplemente con la espada se sacrificaba al noble animal y continuabas el camino a pie, y no tenias que justificarte diciendo que se descompuso el caballo y ya no podrías ir. No tenías que esperar a que avanzaran los caballos de adelante para poder moverte y no existían las estaciones de servicio para caballos.


Ahora las cosas se han complicado, en vez de una doncella virgen, uno se conforma con que la mujer no se haya metido con tus amigos; en vez de una poderosa espada, cargas con el celular y además tienes que pagar la renta aunque uses fichas de prepago; y al fiel caballo lo reemplazó el auto.


Claro que el auto aventaja por mucho al caballo.
El auto es el máximo símbolo del capitalismo, a su alrededor se construyen carreteras, ciudades y millones de personas viven de esta industria.


Cuando Henry Ford invento la transmisión manual, alguien le pregunto que si no sería muy complicado para la gente manejar un auto y el contesto “Cuando un hombre es tan estúpido, que no sabe hacer nada en la vida, aun le queda la inteligencia necesaria para conducir un auto”, y eso lo comprobamos a diario.


No sé en otras ciudades del mundo como se manejara, pero por ejemplo, en la ciudad de México, no debes poner las luces direccionales hasta que estés en el carril donde vas a dar vuelta, de lo contrario pondrás en sobre aviso a los otros conductores y aceleraran para no dejarte pasar, otro ejemplo clásico es en el semáforo, todo buen conductor capitalino sabe que cuando el semáforo cambia a rojo, aun pueden pasar unos 4 o cinco vehículos más, pero cuando la luz cambia a verde, debes esperar a que pases los 4 o 5 vehículos con “su” semáforo rojo, de lo contrario puedes ocasionar un accidente, esta regla no aplica para los conductores de taxis y colectivos, los cuales pueden avanzar indistintamente del color del semáforo, por lo que debes tener mucha precaución si los autos que están hasta adelante son taxis o colectivos porque después de todo ¿Qué es un semáforo en rojo para un taxista? ¡Nada!


Si Newton creo varias leyes para los cuerpos en movimiento, yo también invente una para “La felicidad en el auto” que dice: “La felicidad dentro de un auto es directamente proporcional a la velocidad con que se desplaza e inversamente proporcional al tiempo de recorrido dentro de la ciudad” y no importa que tan feliz o que tan placentero haya sido tu viaje ya que esta alegría termina al encontrarte con el tan temido y odiado franelero o “viene viene” cuando te estacionas.


Haciendo nuevamente una comparación, cuando la gente se transportaba en caballo, al llegar por ejemplo a la cantina, simplemente lo amarrabas a algún objeto fijo y entrabas, nadie te decía “ahí esta bien” o “amárrelo un poquito más para aca”, tampoco te preocupabas de que lo fueran a rayar o quitarle alguna herradura o la montura, mucho menos pensar en dejarlo a varias calles de distancia, pero con el invento del auto también llegó el franelero, el valet parking , los limpiaparabrisas, las grúas de transito y otros males relacionados con el estacionarlo.


Analicemos el ejemplo del franelero, si tu sabes que no regresaras al lugar donde te estacionaste, puedes darte el lujo de no darles o darles solo unas pocas monedas, con el riesgo de recibir recordatorios familiares, insultos y si bien te va, solo alguna mirada de desprecio, acompañada de algunos improperios en tu contra que por fortuna no alcanzaras a escuchar, pero si es un lugar en donde te tendrás que estacionar regularmente, mas vale que pagues la “protección”, de otra manera, a tu auto le aparecerán misteriosos golpes, rayones y pinchaduras de llanta. Por eso el punto intermedio entre la incomodidad de ir a pie y el auto, es el trasporte público del que en otra ocasión le dedicare alguna reflexión.

REFLEXION.

La bendición de manejar un auto desaparece con la maldición de tener que estacionarlo.